lunes, 9 de noviembre de 2009

Caldo de piedra


Érase una vez un monje que andaba pidiendo. Cuando llegó a la puerta de un agricultor, no quisieran darle una limosna. El monje se estaba muriendo de hambre y le dijo:
- Voy a ver sí puedo hacer un caldo de piedra...
Y cogió una piedra del suelo, le sacudió la tierra y se puso a mirarla para ver si era buena para hacer un caldo. La gente de la casa comenzó a reírse de él y de su idea.
El monje preguntó:
- ¿Ustedes nunca han comido un caldo de piedra? Les digo que es buenísimo.
Y luego le contestaron:
- ¡Lo queremos ver!
Después de lavar la piedra, el monje pidió:
- Sí me prestasen un pote...
Le dieron una olla de barro. É la llenó de agua y le echó la piedra dentro.
- Ahora, si me pusiesen la ola al fuego...
Así hicieron. Cuando la olla empezó a hervir, él dijo:
- Con un poco de manteca de cerdo sería perfecto para el caldo.
Le fueron a coger un trozo de manteca de cerdo. Hirvió, hirvió y la gente de la casa pasmada por lo que veía. El monje probó el caldo y dijo:
- Está un poco soso, necesita un poco de sal.
También le dieron la sal. Sazonó, probó y dijo:
- Ahora con unos ojitos de col el caldo quedaba tan exquisito que incluso los ángeles lo comerían.
El dueño de la casa fue a su huerta y trajo dos de sus mejores coles. El monje las limpió y las deshizo, tirando las hojas con los dedos y echándolas en la olla.
Cuando la col ya estaba hirviendo, el monje dijo:
- Un trozo de chorizo quedaba muy bien...
Le trajeron un trozo de chorizo, lo puso en la olla y mientras cocía, quitó de la alforja una bolsa con pan y se preparó para comer despacio. El caldo olía de maravilla, como sí fuera una golosina. El monje comió y se lambió los labios. Después comer todo el caldo, la piedra se quedó en el fondo de la olla.
La gente de la casa, que tenía los ojos en él, le preguntó:
-Entonces, ¿y la piedra?
El monje les contestó:
La piedra la lavo y la llevo yo comigo de nuevo.
Y así consiguió comer donde no le querían dar nada.

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